"Curanipe, navegando en el tiempo"
(El arca maulina del padre Samuel Jofré Rojas)

miércoles, 20 de junio de 2007

El Repatriado


Alguna de las más sabrosas anécdotas que hemos conocido en relación a la condición de pate´perro de los cauqueninos es la que se relata en un artículo aparecido en la página B2 del diario La Tercera, correspondiente a la edición dominical de uno de sus números de por allá los años cincuenta y la que gentilmente nos regaló nuestro coterráneo y amigo Marcos Campos Gavilán que también digámoslo, es un “loco” enamorado de la historia cauquenina.

Textualmente se relata lo siguiente:

“Huellas chilenas en América”, es el título principal, con el agregado: “Cuando el andariego se detiene” (por Manuel Amaro).

“Esto que sucedió lo cuenta Enrique Cobo del Campo, quien se desempeñara veinte años atrás en el cargo de cónsul de Chile en Oruro. La policía local le avisó un día que estaba detenido un chileno sin documentación. No podía justificar éste su presencia en Bolivia y a todas luces había cruzado la frontera ilegalmente.

El cónsul concurrió a la comisaría e interrogó al compatriota. Se llamaba el hombre Juan Segundo Rogelio Gallo Duarte -“Nunca olvidaré ese nombre”, intercala Enrique Cobo –“y que era oriundo de Cauquenes”. Como el funcionario chileno conocía bien esa región, le fue fácil comprobar la veracidad de aquel origen, pese a la ausencia de papeles que lo confirmaran. Además, como elementos de prueba indiscutible, el preso exhibía su acento y facha. Parecía un roble pellín maulino que se hubiera echado a caminar. Tirillento pero bien plantado y tranquilo.

¿Para dónde ibas?”, le preguntó el cónsul. “Pa´las minas mi consulado”, fue la respuesta. “¿Cómo llegaste?.”- “Caminando” –contestó.

Todo su equipaje era una botella que alguna vez debió contener vino y ahora le servía de cantimplora. Como había perdido el corcho, la llevaba colgada de un dedo introducido en el gollete.

“Bueno, aquí se acabó tu viaje. Te voy a devolver a Chile. Para otra vez tienes que traer tu documentación en orden”.

“Ta´bien mi consulado; pero ¿no podría repatriarme p´al Perú, más mejor?”

Por cierto que fue en dirección a Antofagasta hacia donde partió esa misma noche –después de comer en la casa del cónsul- con el beneplácito policial correspondiente. Fue embarcado en la combinación ferroviaria internacional, custodiado y consignado a los carabineros de Ollagüe. Llevaba en sus bolsillos los pesos que generoso y comprensivo le dio don Enrique Cobo del Campo de su propio peculio.

Dos meses más tarde, Juan Segundo Rogelio Gallo Duarte, el cauquenino, estaba nuevamente detenido en Oruro en idénticas circunstancias.

Se repitió todo lo relatado y Cobo del Campo volvió a repatriarlo en el tren a Antofagasta, con una admonición más seca; pero suavizada asimismo con una cena y unos cuantos pesos.

Cuando por tercera vez, después de algunas semanas, tuvo que enfrentarse con el mismo y porfiado violador de fronteras en la comisaría de Oruro, el cónsul explotó: “¡Esto es el colmo y la última vez que te voy a repatriar. Si llegas de nuevo, te dejo secar en la cárcel!”

“¿Y no podría repatriarme p´al Perú más mejor, mi consulado?”, insistió nuevamente Gallo Duarte, antes de partir definitivamente de Bolivia, ahora sin cena ni auxilios consulares.

Cinco años transcurrieron. Enrique Cobo del Campo pasaba por Lima en algunos de sus traslados funcionarios. Unos compatriotas lo llevaron a un restaurante del Callao “en donde se come macanudo y a la chilena”.

Apenas entró al local lo atraparon unos brazos robustos y una gran sonrisa de oreja a oreja le dio la bienvenida. Los brazos y sonrisas pertenecía al patrón del negocio; era el cauquenino Juan Segundo Rogelio Gallo Duarte, próspero, rozagante y eufórico quien lo palmoteaba y reía, saludándolo con un “Mi consulado ¿no le decía que me repatriara p´al Perú más mejor?”

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Canelo, Árbol Sagrado